Desde hace 16 años, Juan Campos trabaja para salvar a los adolescentes en situación de riesgo de la violencia con armas de fuego.
Como trabajador social en Oakland, California, ha visto la influencia y el poder de las pandillas. Campos apoya a los adolescentes cuando salen del sistema de justicia juvenil, aboga por ellos en la escuela y, si es necesario, los ayuda a encontrar vivienda, servicios de salud mental y tratamiento para adicciones.
Pero nunca se había enfrentado a una fuerza tan formidable como la de las redes sociales, donde pequeñas discusiones y disputas en línea pueden convertirse en violencia mortal en los patios de los colegios y en las calles.
Los adolescentes publican en Facebook, Instagram, Snapchat o TikTok, fotos o videos de sí mismos con armas y montones de dinero, a veces desafiando a sus rivales. Cuando los mensajes se hacen virales, alimentados por los “likes” y los comentarios, el peligro es difícil de contener, dijo Campos.
“Son cientos de personas en las redes sociales, frente a una o dos que intentan guiar a los jóvenes de forma positiva”, afirmó. A veces sus advertencias son tajantes, diciéndoles: “Quiero manteneros con vida”. Pero “no funciona todo el tiempo”, afirmó.
Shamari Martin Jr. era un adolescente de 14 años de Oakland, extrovertido y respetuoso con sus profesores. Mezcladas con videos de amigos sonrientes, en su feed de Instagram aparecían imágenes de Shamari agitando despreocupadamente una pistola o abanicándose la cara con billetes. En marzo de 2022, murió por un impacto de un arma de fuego, cuando el auto en el que iba recibió una lluvia de balas. Su cuerpo quedó en la calle, y los paramédicos lo declararon muerto en el lugar.
En el barrio de Shamari, los niños se unen a las pandillas cuando tienen 9 o 10 años, y a veces llevan armas a la escuela primaria, contó Tonyia “Nina” Carter, una activista contra la violencia que conocía a Shamari y trabaja con Youth Alive, una organización que trata de prevenir la violencia. Según Carter, Shamari “estaba en cierto modo afiliado a esa cultura” de pandillas y armas.
Los amigos de Shamari volcaron su dolor en Instagram con emojis de corazones rotos y comentarios como “te quiero hermano, me duele el corazón”.
Un post fue más siniestro: “es sangre en el agua, todo lo que queremos es venganza”. Los rivales publicaron videos en los que aparecían pateando flores y velas en el memorial de Shamari.
Según Desmond Patton, profesor de la Universidad de Pennsylvania que estudia las redes sociales y la violencia con armas de fuego, este tipo de manifestaciones de dolor en Internet suelen presagiar más violencia.
Más de un año después, la muerte de Shamari sigue sin resolverse. Pero sigue teniendo consecuencias en Oakland, dijo Bernice Grisby, consejera del East Bay Asian Youth Center, que trabaja con jóvenes involucrados en pandillas.
“Todavía hay mucha violencia pandillera en torno a su nombre”, señaló. “Puede ser tan simple como que alguien diga: ‘Olvídate de él o F él’, eso puede ser una sentencia de muerte. El mero hecho de estar relacionado con su nombre de cualquier forma puede hacer que te maten”.
El julio, el Cirujano General de Estados Unidos hizo un llamamiento a la acción sobre los efectos corrosivos de las redes sociales en la salud mental de niños y adolescentes, advirtiendo del “profundo riesgo de daño” para los jóvenes, que pueden pasar horas en sus teléfonos a diario. El informe, de 25 páginas, destaca los riesgos del ciberacoso y la explotación sexual. Pero no menciona el papel de las redes sociales en la escalada de la violencia armada.
Un papel del que son plenamente conscientes investigadores, líderes comunitarios y policías de todo el país, incluidos los de Baltimore, Chicago, Los Angeles, Oakland, Pittsburgh, St. Louis y Washington D.C.
Michel Moore, jefe de policía de Los Angeles, calificó su impacto de “dramático”.
“Lo que antes se comunicaba en la calle o en pintadas, o con rumores de una persona a otra, ahora se distribuye y amplifica en las redes sociales”, afirmó. “El objetivo es avergonzar y humillar”.
Muchas disputas tienen su origen en la falta de respeto percibida entre adultos jóvenes inseguros que no pueden controlar sus impulsos y habilidades para gestionar conflictos, según LJ Punch, cirujana traumatóloga y directora de la Bullet-Related Injury Clinic de St. Louis.
“Las redes sociales son una herramienta muy poderosa para propagar la falta de respeto”, afirmó Punch. Y de todas las causas de la violencia armada, los rencores alimentados por las redes sociales son “las más impenetrables”.
Reclamos de regulación
Las empresas de redes sociales están protegidas por una ley de 1996 que las exime de responsabilidad por los contenidos publicados en sus plataformas. Sin embargo, la muerte de jóvenes ha provocado reclamos para cambiar esto.
“Cuando permites un video que desemboca en un tiroteo, eres responsable de lo que publicas”, indicó Fred Fogg, director nacional de prevención de la violencia de Youth Advocate Programs, un grupo que ofrece alternativas al encarcelamiento de jóvenes. “Las redes sociales son adictivas, y lo son intencionadamente”.
Se ha señalado que las redes sociales pueden tener un efecto especialmente pernicioso en comunidades con altos índices de violencia con armas de fuego.
“Las compañías de redes sociales deben estar mejor reguladas para asegurarse de no fomentar la violencia en las comunidades afroamericanas”, afirmó Jabari Evans, profesor de raza y medios de comunicación en la Universidad de Carolina del Sur. Pero agregó que estas empresas también deberían ayudar a “desmantelar el racismo estructural” que coloca a muchos jóvenes negros “en circunstancias que los ponen en manos de las pandillas, y no les queda otra que llevar armas a la escuela o adoptar actitudes violentas para llamar la atención”.
Moore, de Los Angeles, describió a las empresas de redes sociales como “reaccionarias. Su único fin es lucrativo. No quieren ningún tipo de control o restricción que suprima la publicidad”.
Las empresas afirman que eliminan lo más pronto posible los contenidos que infringen sus políticas contra las amenazas a terceros o el fomento de la violencia. En un comunicado, el vocero de YouTube Jack Malon declaró que la compañía “prohíbe el contenido que se deleite o se burle de la muerte o lesiones graves de un individuo identificable”.
Las empresas de redes sociales enfatizaron que actúan para proteger la seguridad de sus usuarios, especialmente de los niños.
Rachel Hamrick, vocera de Meta, propietaria de Facebook e Instagram, dijo que la empresa ha gastado unos $16,000 millones en los últimos siete años para proteger la seguridad de las personas que publican en sus aplicaciones, y que emplea a 40,000 personas en Facebook que trabajan en seguridad y protección.
“Retiramos contenidos, desactivamos cuentas y colaboramos con las fuerzas de seguridad cuando creemos que existe un riesgo real de daños físicos o amenazas directas a la seguridad pública”, declaró Hamrick. “Como empresa, tenemos todos los incentivos comerciales y morales para intentar ofrecer al máximo número de personas una experiencia lo más positiva posible en Facebook. Por eso tomamos medidas para mantener a salvo a los usuarios, aunque ello repercuta en nuestros beneficios”.
Las plataformas de Meta generaron ingresos de más de $116,000 millones en 2022, la mayoría procedentes de la publicidad.
Un portavoz de Snapchat, Pete Boogaard, dijo que la compañía elimina el contenido violento a los pocos minutos de ser notificada. Sin embargo, Fogg señaló que, para cuando se elimina un video, cientos de personas ya pueden haberlo visto.
Incluso los críticos reconocen que el volumen de contenidos en las redes sociales es difícil de controlar. Facebook tiene casi 3,000 millones de usuarios mensuales en todo el mundo; YouTube, casi 2,700 millones; Instagram, 2,000 millones. Si una empresa cierra una cuenta, basta con abrir otra nueva, explica Tara Dabney, directora del Institute for Nonviolence Chicago.
“Las cosas pueden ir muy bien en una comunidad”, dijo Fogg, “y luego lo siguiente que sabes es que algo sucede en las redes sociales y comienzan los disparos”.
Jugar con fuego
En una época en la que prácticamente todos los adolescentes tienen un teléfono móvil, muchos tienen acceso a armas de fuego y muchos se enfrentan a crisis de salud mental y emocionales, hay quien dice que no es sorprendente que la violencia ocupe un lugar tan destacado en sus redes sociales.
Las “páginas de peleas” de las escuelas secundarias son ahora habituales en las redes sociales, y los adolescentes se apresuran a grabar y compartir las peleas en cuanto estallan.
“Las redes sociales magnifican todo”, afirmó el reverendo Cornell Jones, coordinador del grupo de intervención contra la violencia de Pittsburgh.
Al igual que los adultos, muchos jóvenes se sienten validados cuando sus publicaciones gustan y se comparten, dijo Jones.
“Estamos tratando con jóvenes que no tienen una gran autoestima, y este ‘amor’ que están recibiendo en las redes sociales puede llenar parte de ese vacío”, señaló Jones. “Pero puede acabar con ellos recibiendo un disparo o yendo a la cárcel”.
Aunque muchos de los adolescentes de hoy son tecnológicamente sofisticados —dotados para filmar y editar videos de aspecto profesional—, siguen siendo ingenuos sobre las consecuencias de publicar contenidos violentos, indicó Evans, de la Universidad de Carolina del Sur.
La policía de Los Angeles vigila ahora las redes sociales en busca de indicios de problemas, explicó Moore. También busca en las redes sociales para reunir pruebas contra los implicados en actos violentos.
“Quieren ganar notoriedad”, señaló Moore, “pero se están delatando claramente y nos dan un camino fácil para llevarlos ante la justicia”.
En febrero, la policía de Nueva Jersey utilizó un video de la feroz paliza que recibió en la escuela una niña de 14 años para presentar cargos penales contra cuatro adolescentes. La víctima de la agresión, Adriana Kuch, se suicidó dos días después de que el video se hiciera viral.
Prevenir la próxima tragedia
Glen Upshaw, que dirige a los trabajadores de Youth Alive en Oakland, dijo que anima a los adolescentes a expresar su ira con él, en lugar de en las redes sociales. Explicó que ayuda a evitar que los niños hagan alguna tontería.
“Siempre he ofrecido a los jóvenes la oportunidad de llamarme y maldecirme”, añadió Upshaw. “Pueden venir y gritarme, y no me enfadaré con ellos”.
Los trabajadores de Youth Advocate Programs vigilan las cuentas de las redes sociales influyentes en sus comunidades para desescalar los conflictos. “La idea es intervenir lo antes posible”, explicó Fogg. “No queremos que nadie muera por una publicación en las redes sociales”.
A veces es imposible, aseguró Campos. “No puedes decirles que borren sus cuentas de redes sociales”, dijo. “Ni siquiera un juez les diría eso. Pero puedo decirles: ‘Si yo fuera tú, y porque estás en libertad condicional, no publicaría ese tipo de cosas’”.
Cuando trabajó por primera vez con adolescentes en alto riesgo de violencia “dije que si podía salvar 10 vidas de cada 100, sería feliz”, expresó Campos. “Ahora, si puedo salvar una vida de cada 100, soy feliz”.
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Dr. David Lowemann, M.Sc, Ph.D., is a co-founder of the Institute for the Future of Human Potential, where he leads the charge in pioneering Self-Enhancement Science for the Success of Society. With a keen interest in exploring the untapped potential of the human mind, Dr. Lowemann has dedicated his career to pushing the boundaries of human capabilities and understanding.
Armed with a Master of Science degree and a Ph.D. in his field, Dr. Lowemann has consistently been at the forefront of research and innovation, delving into ways to optimize human performance, cognition, and overall well-being. His work at the Institute revolves around a profound commitment to harnessing cutting-edge science and technology to help individuals lead more fulfilling and intelligent lives.
Dr. Lowemann’s influence extends to the educational platform BetterSmarter.me, where he shares his insights, findings, and personal development strategies with a broader audience. His ongoing mission is shaping the way we perceive and leverage the vast capacities of the human mind, offering invaluable contributions to society’s overall success and collective well-being.